Allá por las calendas de 1090-1101, es decir, unos veinte años después de la época de que ahora tratamos, Bruno escribía a su amigo Raúl le Verd, deán del Cabildo de Reims, una carta que nos da preciosas luces sobre su vocación personal:
«¿Te acuerdas, amigo mío, del día en que estábamos juntos tú y yo con Fulcuyo le Borgne, en el jardincillo contiguo a la casa de Adam, donde entonces me hospedaba? Habíamos hablado, según creo, un buen rato de los falsos atractivos del mundo y de sus riquezas perecederas, y también de las delicias inefables de la gloria eterna. Entonces, ardiendo en amor divino, hicimos una promesa, un voto, dispuestos a abandonar en breve las sombras fugaces del siglo para consagrarnos a la búsqueda de los bienes eternos, y recibir el hábito monástico. Lo hubiéramos cumplido en seguida si Fulcuyo no hubiera partido a Roma, para cuya vuelta aplazamos el cumplimiento de nuestras promesas. Mas, por prolongarse su estancia y por otros motivos, se resfriaron los ánimos y se desvaneció nuestro fervor».
El valor de este relato es tanto mayor, cuanto que los documentos ciertos sobre la vida de San Bruno son muy raros. Aquí tenemos un testimonio innegable sobre uno de los momentos más decisivos de la orientación espiritual de nuestro santo.
Para evitar el episcopado debió «huir» secretamente de la ciudad. Otros (desgraciadamente su afirmación parece gratuita) le presentan distribuyendo todos sus bienes a los pobres antes de partir, y le hacen despedirse del clero y del pueblo de Reims con un magnífico sermón. Comentó el lema que había adoptado: «Pensando en la eternidad, huí lejos y permanecí en la soledad». Habló con tanta fuerza. unción y autoridad, y la impresión que produjo fue tan viva y profunda que algunos de sus oyentes se mostraron dispuestos a seguirle.
¿Cuál era exactamente la intención de Bruno, cuando con sus dos compañeros hizo su voto en el jardín de la casa de Adam, o cuando más tarde abandonó Reims? ¿Qué forma de vida había decidido adoptar? ¿Tenía ya un plan concreto? Para aclarar esta cuestión sólo tenemos la Carta a Raúl le Verd, escrita más de diez años después de la fundación de «Chartreuse»: «Nos dispusimos -dice- a abandonar las sombras fugaces del siglo para tratar de conseguir los bienes eternos, vistiendo el hábito monástico»-. Si tenemos en cuenta que esta última expresión sólo significaba entonces «abrazar la vida monástica», sin precisar si había de ser en su forma cenobítica o eremítica, la Carta a Raúl le Verd sólo nos señala dos puntos claros en la intención de Bruno y de sus compañeros: su determinación de huir de las vanidades del mundo consagrándose a la conquista de lo eterno, y su voluntad de apartarse de toda ocupación y relación secular para darse únicamente a la vida divina de la gracia.
«¿Te acuerdas, amigo mío, del día en que estábamos juntos tú y yo con Fulcuyo le Borgne, en el jardincillo contiguo a la casa de Adam, donde entonces me hospedaba? Habíamos hablado, según creo, un buen rato de los falsos atractivos del mundo y de sus riquezas perecederas, y también de las delicias inefables de la gloria eterna. Entonces, ardiendo en amor divino, hicimos una promesa, un voto, dispuestos a abandonar en breve las sombras fugaces del siglo para consagrarnos a la búsqueda de los bienes eternos, y recibir el hábito monástico. Lo hubiéramos cumplido en seguida si Fulcuyo no hubiera partido a Roma, para cuya vuelta aplazamos el cumplimiento de nuestras promesas. Mas, por prolongarse su estancia y por otros motivos, se resfriaron los ánimos y se desvaneció nuestro fervor».
El valor de este relato es tanto mayor, cuanto que los documentos ciertos sobre la vida de San Bruno son muy raros. Aquí tenemos un testimonio innegable sobre uno de los momentos más decisivos de la orientación espiritual de nuestro santo.
Para evitar el episcopado debió «huir» secretamente de la ciudad. Otros (desgraciadamente su afirmación parece gratuita) le presentan distribuyendo todos sus bienes a los pobres antes de partir, y le hacen despedirse del clero y del pueblo de Reims con un magnífico sermón. Comentó el lema que había adoptado: «Pensando en la eternidad, huí lejos y permanecí en la soledad». Habló con tanta fuerza. unción y autoridad, y la impresión que produjo fue tan viva y profunda que algunos de sus oyentes se mostraron dispuestos a seguirle.
¿Cuál era exactamente la intención de Bruno, cuando con sus dos compañeros hizo su voto en el jardín de la casa de Adam, o cuando más tarde abandonó Reims? ¿Qué forma de vida había decidido adoptar? ¿Tenía ya un plan concreto? Para aclarar esta cuestión sólo tenemos la Carta a Raúl le Verd, escrita más de diez años después de la fundación de «Chartreuse»: «Nos dispusimos -dice- a abandonar las sombras fugaces del siglo para tratar de conseguir los bienes eternos, vistiendo el hábito monástico»-. Si tenemos en cuenta que esta última expresión sólo significaba entonces «abrazar la vida monástica», sin precisar si había de ser en su forma cenobítica o eremítica, la Carta a Raúl le Verd sólo nos señala dos puntos claros en la intención de Bruno y de sus compañeros: su determinación de huir de las vanidades del mundo consagrándose a la conquista de lo eterno, y su voluntad de apartarse de toda ocupación y relación secular para darse únicamente a la vida divina de la gracia.
(continuará...)