Fue, sin duda, durante este período cuando el arzobispo de Reims nombró a Bruno canciller de su Iglesia, para reemplazar a Odalrico que acababa de morir. ¿Hay que ver en esta elección una muestra de estima personal o sólo un gesto diplomático? Promover a Bruno era lisonjear a la opinión pública, sobre todo a la universitaria; era dar pruebas de buena voluntad, siendo tan viva y general la estima de que gozaba Bruno... Tres documentos permiten situar en el tiempo el corto período durante el cual ejerció Bruno su cargo de canciller. Todavía en octubre de 1074 firma Odalrico los documentos de la cancillería; en cambio, una carta de la abadía de Saint-Basle, fechada en 1076, está firmada por Bruno; pero en abril de 1078, el nombre de Godofredo ha reemplazado al de Bruno en los documentos oficiales del arzobispado. Se puede fijar en 1077 la dimisión de Bruno. Porque a principios de aquel año se desencadenó la lucha enconada que durante varios años desgarró a la diócesis de Reims. Por una parte estaban Gregorio VII, su legado en Francia Hugo de Die y varios canónigos de la catedral, y por la otra, el arzobispo Manasés, cuyas prevaricaciones habían sido por fin desenmascaradas.
Durante los veinte años que ejerció el cargo de Maestrescuela de Reims, fue menester que Bruno adquiriera una reputación de integridad y una autoridad innegables para que Manasés, en último apuro, le escogiera como canciller para tranquilizar a Gregorio VII sobre sus intenciones... La pronta dimisión de la cancillería por parte de Bruno, ¿no es también una nueva prueba de su integridad?
Bruno era hombre justo en el sentido bíblico de la palabra. Lo mismo que el abad de Saint-Arnould, Guillermo, tuvo muy pronto que habérselas con Manasés el arzobispo abusivo, y parece que no tuvo paz hasta que se libró de todo compromiso y recobró su libertad para juzgar, e incluso para luchar si fuere necesario.
En toda sociedad, sobre todo si está corrompida, el culto a la Palabra de Dios, el amor de la más elevada amistad y la integridad que vemos en Bruno, condenan al alma humana a cierta soledad. Un ser puro es, siempre y en todas partes, un solitario.
Bruno es también un «Maestro». No sólo porque da lecciones y produce honda huella en sus discípulos, sino sobre todo porque domina los acontecimientos y los hombres. Se coloca por encima de ellos y los sobrepasa, viéndolos y juzgándolos desde su altura.